jueves, 12 de enero de 2012

Nido de Buitres; historia de un desfloramiento

Escribe estas palabras Robert Arryn señor del Nido de Águilas y Defensor del Valle por derecho de nacimiento pues hace tan solo unos días protagonicé una de mis múltiples fechorías. Disgustose en demasía mi joven concubina Alex Libros, pues una inesperada visita asolo el inexpugnable Nido. Las gentes inundaban todo el esplendor de mi gran casa noble, eso sí, no lo empequeñecían, sino que engrandecían a esas pobres e ilustres personas. Visita por cortesía de la noble casa Tyrell contando con 10 filas de hombres de a 100 cada par. Nada que mi noble Nido tenga que envidiar.

Fuese a donde fuese las reverencias y cumplidos bañaban mis oídos. Los jóvenes caballeros aspiraban a ser como yo o a disfrutar del placer de mi compañía cuanto podían. En cambio, las doncellas (y las no tan doncellas) arrodilladas se quedaban cuando mis pasos oían dar y con los brazos abiertos ansiaban mi cara en sus pechos frotar. No por ello yo me dejaba querer, pues por puta o por pesada al vacío algunas cayeron con sumo placer.

Mi señora madre a los Tyrell nada tenía que envidiar, razón que acontecía aquella extraña pleitesía pues mi robustez y mi semilla aclamaban y esperaban una digna doncella de compañía. Por estas razones ya mencionadas mi señora madre compartió con su señor del Nido diversas palabras.

“Hijo mío, fuerte es tu semilla, por lo que vuestra hombría es bien merecida a vuestra edad. Ya no sois un niño, pues bien maduro estáis. Agradaseme en demasía que vuestra semilla aflorara en una joven dama pues en estos tiempos que corren no podemos arriesgarnos a que el nombre de Arryn no perduré eternamente.” Dijome mientras apuraba a largos tragos el preciado elixir lácteo.

“Madre, sabido por todas las doncellas de Nido es que ya no soy ningún crío, pero pedirme que entregué como regalo mi semilla es como decirle a los 7 que os rindan pleitesía. Pues no hay doncella ni habrá que con mi digna y honorable estirpe se pueda comparar.” Con este último cruce de opiniones encontradas mi señora madre prometiome que haría lo que en sus manos cupiese para encontrar a una dama que dignificase mi compañía por mínimo que fuese.

Bien sabido era que la casa Tyrell disponía de una hija casadera, Margaery se llamaba y de sus pechos y dote era común hablar; pues una unión con similar dama, mis bolsillos y mi boca llenarían ya fuese de dinero o de otras muchas mercancías que con placer las doncellas se afanaban en dar a comprender. Llegado a este punto y habiéndose presentado toda noble familia, mi señora madre hizo llamar a la joven dama para deleite de ella al vislumbrar semejante y grata noticia a sabiendas por todos que sus ojos se inundaron en el acto de felicidad y dicha tan solo soñar compartir el lecho conyugal con un humilde zagal.

“Oh… Mi amado y honorable señor” inclinose posándome sus exuberantes pechos en pos de que su señor los saludase estrechándolos entre mis manos. Me sobraron los segundos para denotar que el tamaño de sus pechos tan sólo era comparable al de su picaresca. “Desde que vuestra señora madre me informó de sus nobles intenciones la excitación y deleite son lo único en que piensa mi húmeda mente. El vacío que experimento por las noches es solo proporcional al deseo que experimento por vuestra semilla.” Relamiose para mí desvistiéndose con celeridad. Su impaciencia era mi repulsión.

“Alto. Comprendo tus carencias y tu deseo por vuestro señor, pero mi semilla no debe abastecer cualquier vulgar recipiente. Mi dignidad se vería por completo manchada y mi reputación no me precedería.” Hice cuanto pude por intentar refrenar su insaciable pasión y devoción por su señor, pero a sabiendas era una lucha imposible, esa era la reacción común en toda doncella conocida y por conocer.

“Pero… Mi amado señor, vuestra madre me comunico vuestro deseo por contraer matrimonio con tan indigna doncella como yo. Cuando la noticia a mis oídos llegó no podía creerlo, no hay mayor sueño que compartir el lecho con mi señor, toda doncella desde Dorne hasta Altojardín envenenaban mi nombre debido a la envidia. Si ahora mi señor rechazase mi compañía no podría evitar poner fin a mi vida.” Sollozome en mi entrepierna arrodillada mientras se afanaba por agitar sus mejillas sonrosadas sobre mi creciente miembro.

“Digáis lo que digáis no puedo conformarme con lo primero que se desvista ante mi, no me ablandaréis. Seguro estoy que encontraréis otro esposo, no tan honorable ni de tal satisfacción como yo, pero algún otro que a vuestro nivel esté. Ahora, marchaos de mis aposentos.”

“Mi señor, perdonadme por tan indigna compañía, a sabiendas sé que mereceros no puedo, pero moriré de la pena si no rellenáis ahora todo mi agujero.” Besome el erecto miembro sin descanso hasta que la lastima y el deber por satisfacer su insaciable y único deseo, que era satisfacerme a mi, despertaron mi compasión y clemencia. Con tan sólo la primera embestida viose en sus ojos que el placer ya no contenía. De cinco en cinco iban sus orgasmos, mientras aullaba y gritaba que solo era mía. Entre lágrimas de alegría y de gratitud se percibía el deseo de que introdujese mi semilla, pero ¡oh, no! No verá semejante recompensa tan nimia compañía por lo que antes de que mi placer, él suyo, se viese saciado, mi miembro posé en sus inexorables pechos derramando encima toda mi semilla que era insaciable e interminable.

“Báñame con tu sabiduría, mi señor, sólo os pido eso, porfiad que haré buen uso de ella” y abriome la boca hasta que hubo concluido y hubo sido aplacado mi deseo, el suyo. Terminados los placeres despidiose de mí con placentera sonrisa y eterna gratitud mientras aún relamía mi delicioso néctar. Acudiendo acto seguido a mi señora madre fui a reprender, pues mentirosa conmigo había sido, pues tal doncella equiparable a mi inexorable excelencia finalmente no había venido.

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